jueves, 3 de octubre de 2013

Psicopatía y Poder

Embebidos y adormecidos por la cotidianidad de nuestra realidad política y por nuestra tendencia a dejar que las cosas pasen y que continúen como están, alegando imposibilidad de intervención por nuestra posición social, económica o religiosa, hemos tomado una actitud de crítica irrelevante que no hace más que perpetuar y autorizar los dislates de nuestros políticos, mal llamados “padres de la patria”. 

En psiquiatría, cuando evaluamos a un paciente, tomamos en cuenta una serie de variables: su comportamiento, su manera de relacionarse con los demás, su coherencia, su consistencia, la forma en que sostiene su identidad, su capacidad de trabajo, responsabilidad, creatividad, sus objetivos y su sentido de vida. También, es importante saber acerca de sus basamentos éticos y morales, así como de su capacidad de memoria, etcétera, Un examen serio de nuestra psicopatología política merece un enfoque más bien interdisciplinario. En ese sentido, las ciencias sociales tienen mucho por decir.
Con la salvedad anterior, ensayaremos un análisis psicopatológico de nuestros representantes políticos, lo que nos llevará al terreno de una tipificación individual de sus personalidades. El hallazgo posible es variopinto. Vamos a encontrar mucha gente con rasgos de personalidad rígidos e impermeables, como los narcisistas, sociópatas, histriónicos, paranoides, megalómanos, de repente estructuras limítrofe o borderline, etcétera. También, por cierto, habrá gente “normal”, en el sentido de que se trata de personas que tienen una estructura de personalidad más o menos estable y plástica.
En relación con la “plasticidad”, es importante mencionar que el cerebro humano tiene un potencial adaptativo genéticamente determinado que permite adecuarse a las circunstancias modificando o activando sinapsis neurales. Este potencial da oportunidad a resultantes tanto positivas como negativas a los intereses de la especie humana. Lamentablemente, es muy susceptible a la influencia y presiones al interior de los grupos de poder. Solo unos cuantos, muy sólidamente formados desde la infancia, pueden sustraerse a dichas influencias y mantener una línea de acción a favor de las mayorías.
En las últimas décadas, la población de representantes políticos ha crecido en función de la franja emergente. Muchos de ellos han ascendido en la escala social desde una actividad signada por el exitismo económico (las más de las veces ligado a la actividad informal). Ha mermado, más bien, la presencia de los políticos tradicionales, aquellos más definidamente sostenidos por una ideología de grupo, con una formación “de carrera” en la que los principios y la ética aparecían con más transparencia.
En tanto que nos manejamos desde una estructura social democrática, es posible la coexistencia de distintas organizaciones de personalidad, más o menos proclives a un funcionamiento democrático. En todo caso, dado el sistema, tendrán que lidiar con una estructura que los obliga a lograr acuerdos por consenso para ejercer sus funciones desde el poder.
El riesgo del protagonismo derivado de la personalidad del líder se contrapesa naturalmente con el equilibrio de poderes. Cosa diferente ocurre en regímenes dictatoriales en los que el uso del poder desde una sola persona garantiza el abuso y las distorsiones de la realidad en la mayoría de los casos

Por:
Alberto Fernandez/Pedro Morales

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